LOS TRENES LECHEROS.
Evocar a los trenes lecheros permite recordar detalles de un tiempo pasado que no debe caer en el olvido, aunque parezca un tema de la prehistoria. Hace un poco más de 50 años se podía ver estas formaciones junto a los vagones de carga, coches de pasajeros y al final el clásico furgón de cola, circulando todos por los ramales ferroviarios dentro de las zonas tamberas.
En tiempos de la colonia la provisión de leche se hacía con los tambos próximos a la ciudad. Norberto Quirno tenía un despacho de leche en la calle Victoria (actual H. Irigoyen), entre Tacuarí y Buen Orden (actual Bernardo de Irigoyen). Se abastecía de su tambo ubicado en el pueblo de San José de Flores.
Desde esa época ya se “bautizaba” la leche. Algunos lecheros se juntaban a orillas del río para agregarle agua. A medida que aumentaba la población, los tambos se fueron corriendo para la campaña. Desde 1893, un Reglamento de Tambos dispuso: “No podrán establecerse (…) casas de vacas, yeguas, burras (…) o tambos para el expendio de leche sin haber tenido previamente permiso del señor intendente de la Municipalidad”.
El ferrocarril se iba extendiendo por todo el territorio y comenzó a ser utilizado para el transporte de leche. Muchas estaciones empezaron siendo casillas de madera donde se reunían los tamberos a la espera del tren. Tal es el caso de las Estaciones Haedo y Francisco Álvarez, por ejemplo.
El trabajo del tambo era realizado generalmente por inmigrantes vascos, españoles y franceses, que usaban sus clásicas boinas, alpargatas, chalecos y fajas. Se levantaban bien de madrugada, primero ataban las patas traseras del animal y la cola. Con un cepillo lavaban las ubres y ayudado por un banquito de una pata atado a su cintura, se sentaba y comenzaba las tareas de ordeñe. El balde se iba llenando de espuma y de leche gorda. De los baldes se trasvasaba la leche a los tarros limpios y ya con el carro atado a los caballos de tiro, a veces ayudado por un cadenero iban directamente a las paradas o a la estación a esperar la llegada del tren. Si se le hacía tarde, justo a la hora de la partida, cargaba rápido y le cantaba la cantidad de tarros al empleado ferroviario que lo anotaba en la planilla. Era frecuente que antes de regresar a su casa, el tambero pasara por el boliche, generalmente frente a la estación a tomar un vaso de caña o ginebra y jugarse un partidito de truco o de chinchón. Durante el trayecto solían pararles a las maestras que iban a dar clase a las escuelitas rurales de la zona.
Los trenes lecheros iban arribando a las zonas de consumo y paraban en las estaciones donde esperaban los carritos lecheros que iban hacer la distribución domiciliaria. El horario de arribo era a partir de las 10 de la mañana, aunque a veces se atrasaban por algún accidente, descarrilamiento o por motivos climáticos.
Recuerdo que en la Estación Liniers, lado norte, existía una importante plataforma donde estacionaba un número considerable de carros que cargaban la leche para el reparto. Por la tarde pasaba un tren recolectando los tarros vacíos, que se acomodaban en la plataforma lado sur. Como el muelle era de espacio reducido, más de una vez por las trepidaciones de los trenes que pasaban, se caían sobre las vías, provocando chispas y accidentes por lo que debía armarse nuevamente la pila.
A partir de la década del 50, se empezó a prohibir en la Capital, el transporte de leche en tarros. Estos trenes lecheros dejaron de prestar su servicio. Entonces los tamberos esperaban en la orilla de la ruta a los camiones cisterna con refrigeración donde se volcaba la leche y luego lo trasladaban a las usinas para su posterior pasterización y embotellamiento.
Los trenes lecheros quedaron como una expresión de un transporte lento que se detenía en todas las estaciones. Pero por muchos años, estos transportes ferroviarios fueron muy útiles y necesarios. Hoy lo estamos evocando para que no caigan en el olvido.
Recuerdos de Carlos José Piñero
Carlos fue un repartidor de leche de la zona de Liniers y tiene muy presente esa etapa de su vida y la cuenta así:
“como quedé huérfano a los 12 años, en el año 1946 vine a Buenos Aires a vivir con mi hermana en la calle Patrón 5818 y conseguí trabajo de peón de repartote leche del vasco Martín Ocanica. Lo hacía en un triciclo que transportaba 10 tarros de leche…era muy bueno mi patrón…me regaló el reparto y en el año 1950 me compré un carro y un animalito muy manso que se llamaba Olga…no tenía que indicarle el recorrido, paraba sola en cada casa, tenía la llave de la mayoría, la gente era muy buena…me invitaba a comer. Doña María todos los viernes me esperaba con un flan Bimbo sobre la mesa. Los clientes me pagaban por semana o por mes, no tenía “clavos”. La leche venía de la localidad de Las Heras en el tren que llegaba aproximadamente todos los días a las 12, 30 horas. No había sábados ni domingos. Si los pibes eran de Vélez le regalaban caramelos para que se hicieran de Boca… doña Margarita me quería tanto que en el año 1954 iba rezarle a la Virgen de Pompeya para que ganara mi equipo, Vélez. Le agregaba agua a la leche como todos por eso me llamaban ½ y ½ …nunca tuve problemas. Talarico que iba haciendo el tambo con las vacas casa por casa, le agregaba más agua que yo…a veces me seguía la ambulancia para medir la densidad de la leche que tenía que ser 28, sino te hacían la boleta y eso me desprestigiaba antes los clientes.
Mi reparto iba por la calle Pola, Rivadavia, Lope de Vega, en total 10 cuadras, la leche valía 0,20 centavos el litro. El corralón donde guardaba el carro y los animales estaban en Albariños 350…”
Todos los vecinos conocemos a Carlitos. Esta todos los días cuidando nuestros coches que estacionamos sobre Francisco de Viedma y Barragán. Es muy amable y muy servicial. También atiende su puesto donde vende salames, huevos, especies de todo tipo. Recordar estas historias le deja cierta melancolía, momentos vividos hace más de 50 años, pero es buena traerlas al presente porque cuenta un modo de vida que ya se fue. Quien puede dejarle a los repartidores las llaves de la casa, prepararle el postre que le gusta…?. Son tiempos pasados que ya no vuelven, hoy todo se resuelve en el supermercado.
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En la década del ’50 los lecheros arribaban a Lugano, y descargaba los tarros que eran llevados a los carros, estacionados de culata sobre la vereda de la calle Somellera. En algún momento del año 1954, había llegado un circo, que se instaló en un enorme baldío sobre la misma calle, a dos cuadras de la estación. La gente del circo salió a hacer un desfile, que debía culminar pasando por la calle Somellera hasta volver a su lugar. El desfile estaba encabezado por un elefante. El maestro de pista con su amplificador, pedía por favor a los lecheros que taparan los ojos de sus caballos, para evitar que se asustaran. Algunos le hicieron caso, pero otros no. Hubo un desparramo de caballos, carros rotos, caballos heridos, tarros volcados, leche en la calle, etc. A muchos años, tengo todavía la imagen vívida de aquel suceso. Gracias. José
¡Muy buena nota! En Barracas también llegaba la leche a nuestra estación Yrigoyen de la actual línea Roca.
Les pedimos permiso para usar la información para difundir la historia de los trenes lecheros también en nuestro barrio.
Gracias!
Junta de Estudios Históricos de Barracas
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