Pasó en febrero
Cuando terminaba el mes de enero algo distinto bullía en el pasaje Hasta las mariposas, que entonces lo visitaban con frecuencia, parecían más alegres porque la fiesta estaba muy cercana. La calle era de tierra. Tenía zanjas que hacían de límite a las dos veredas enfrentadas. El agua se estancaba formando una capita negra y sospechosa. Los chicos se quedaban mirando cuando se agitaba con la espuma jabonosa de algún piletón .¡ Sí!, algo bullía en esas casas bajas, separadas por un alambre socializador, que más que separar unía, a través de sus hexágonos, a las vecinas y sus proles con las sabrosas charlas de todas las horas..Cuando llegaba febrero llegaba el carnaval, sólo a veces se estiraba hasta marzo y era una pena porque… también había que ir a la escuela. Todos se conocían, se ayudaban y a veces… también se enamoraban. Esos días de “jugar al agua” eran muy esperados por las chicas porque guardaban picardías y atrevimientos que en otro momento del año no hubieran ocurrido. A veces, la timidez, las mamás en posición de severas vigilantes o los padres o hermanos celosos no alentaban el acercamiento con los muchachos.
Los Manzini vivían casi en la esquina. La más cercana a Baigorria que ya estaba asfaltada. Tenían un jardín con dalias y rosales, aprisionados en canteros triangulares de cemento, que el padre había hecho con sus propias manos. La señora era Juanita, la modista.
“Doña Juanita ¿quién es esa nena tan hermosa?” La chica preguntaba por el cuadro que en la pared ocupaba un lugar privilegiado del comedor. “Ah— ¿no te das cuenta? Esa soy yo cuando tenía siete años.” “¿De que está disfrazada? “ “De maja.” “ ¡Qué linda ¡”. Juanita aún era muy linda, Tenía el pelo rojizo, herencia de su abuela irlandesa y grandes ojos verdes. El retrato color sepia era de los carnavales de 1924. Juanita no volvió a disfrazarse, por eso cuando tuvo a su nena volcó en ella toda su creatividad hecha fantasía .Así en el pasaje se lució un suave pollito con plumitas muy amarillas cosidas en largas noches de verano. También una graciosa Colombina y la infaltable bailarina rusa. Enriqueta Manzini se acordaba muy bien de ese traje, se acordaba de las cintas de colores que le colgaban a los costados del tocado, se acordaba de ese lunar artísticamente pintado en una de las mejillas sonrosadas por el colorete. La habían llevado al corso de la calle Emilio Lamarca , le habían comprado un pomo de agua perfumada y una bolsita de papel picado. Enriqueta no se olvidó nunca de los camiones engalanados que desfilaban llevando las comparsas con sus trajes de seda brillante, de la calle llena de gente, de los disfraces cubiertos de lentejuelas, de las caretas, algunas que asustaban, y sobre todo de que ese día como nunca llegaron a su casa a la madrugada. Pero eso había quedado en un lindo recuerdo, sobre todo para su mamá, muy orgullosa de su pequeña mascarita. Enriqueta Manzini había cumplido el 6 de enero diecisiete años. No tuvo la suerte de heredar los ojos verdes de su mamá ni su cabello de fuego. Ella se parecía a su papá. Era decidida como él y el fuego lo llevaba por dentro.
“¿Sabés cómo se llama el empleado que trabaja en el local de Doña Anita?.” Le preguntó a su amiga Isabel. La otra distraída …”¿Qué empleado?”, “En el local, en el local que está delante de la casa de Doña Anita pusieron la Administración del colectivo 213 ¿no leíste las letras que pintaron en la vidriera. Él, el mismo las pintó. Un poco pintaba y otro poco miraba. Yo ese día, por casualidad, tuve que pasar tres veces. Fui a entregar unos trabajos que mi mamá me encargó”. La Isabel estaba en lo suyo. “Vamos a ir juntas al baile del Club no?. ¿Vos te vas a disfrazar?” “¡ Estás loca! Eso fue cuando era una nena. Me voy a poner mi blusa de organza roja y una pollera tubo que me hizo mi mamá , estaba un poco floja pero yo la ajusté más”. Mientras las chicas conversaban el sonido del bombo aturdía. “Está la murga ensayando en el potrero de la esquina, eso sí, continuó Enriqueta muy seria: me voy a pintar, es carnaval y mi papá no se va a meter” . Isabel le respondió “ Che… Enriqueta llevá el rouge y el colorete porque así me lo prestás y me puedo arreglar en el baile. A mi hermano no le gusta nada que me pinte, dice que soy muy chica porque todavía no cumplí los diecisiete como vos. Creo que va a ir con la barra de Villa del Parque, los conoce del taller mecánico donde trabaja.”. Las chicas se despidieron y Enriqueta Manzini se dirigió decidida a su objetivo. No exageró para nada, sólo pasó cuatro veces frente a la Administración del colectivo.
Era sábado de carnaval, Había llovido todo el día. Se frustró el juego del agua. Mucho mejor pensó Enriqueta. El año anterior tenía los rulos hechos y de un baldazo le desarmaron el peinado. A la noche va a mejorar. Sus taconeos por la vereda favorita no habían sido en vano, esa mañana, Luis, el morochito, salió a esperarla y le dijo un piropo. Le dio risa y se tapó con el paraguas.
El Club Juventud tenía todas las luces prendidas, además de las largas hileras de bombitas de todos los colores, guirnaldas y láminas para festejar la llegada del Rey Momo. Un cartel gigante anunciaba sus siete bailes de carnaval. Con letras enormes prometía la presencia de los Wawancó, y… selectas grabaciones.
Cuando llegó la familia Manzini, hacía ya un largo rato que Alberto Castillo sonaba muy fuerte con sus “cuatro días locos”. Algunas mesas, todas alineadas alrededor de la pista y con idénticos mantelitos a cuadros azules estaban ocupadas .El presidente de la Comisión hablaba animadamente con unos y otros. Se había puesto un moñito de lunares azules y blancos que le daba mucha prestancia. Enriqueta guió decidida a sus padres a la mesa más cercana al escenario .Estrenaban telón de terciopelo rojo que había donado una vecina rica y estaba decorado con dos máscaras doradas: la alegría y la tristeza, síntesis de la vida. El puestito de papel picado y serpentinas vendía sin parar.
Como lo había dicho, Enriqueta se veía resplandeciente y al empezar el baile fue de las primeras en lucirse en la pista. Los hermanos de Isabel y sus amigos fueron su pareja muy gratificados. Todos se divertían, hasta los abuelos. Y Don Manzini no dudó en sacar a bailar a su mujer cuando sonó el primer tango al que los más grandes aplaudieron con entusiasmo, Juanita se lució muy emocionada en el dos por cuatro.
Enriqueta volvió a la mesa y entonces lo vio. Allí estaba, parado junto a la entrada. ¡Qué bien le quedaba el traje gris y la corbata a rayas!.Había venido sólo. Parecía un Dios. Isabel que estaba con sus hermanos cruzó rauda para el chismerío. “Lo viste, vino por vos, está muy lindo. ¡Suerte Enriqueta!. Esta es tu noche”. Y fue su noche. Cuando pusieron la “Serenata a la luz de la luna” y él se acercó para sacarla a bailar la cabeza le empezó a dar vueltas. No se había dado cuenta de que era tan alto. No sabía que sus manos eran tan fuertes, no se imaginaba que olía tan bien…Enriqueta se sentía en el cielo. Festejaron como todos la llegada de los Wawanco con sus camisas floreadas y su ritmo pegadizo. Luis la llevó a tomar una naranjada y entonces le robó un beso. Enriqueta se sentía Audrey Hepburn en “La princesa que quería vivir”. Estuvieron juntos hasta el final de la noche. La acompañó a la mesa y se presentó a los padres. Fue el broche de oro para ese inolvidable sábado de carnaval.
Luis Ventura y Enriqueta Manzini se casaron un año después unos días antes de que terminara febrero.
Rosa de la Fuente
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