Jesús, los 2 Ladrones y un Soneto en Lunfardo
Enrique Otero Pizarro fue abogado, juez, educador, ministro y, por si todo esto fuese poco, fue también pintor, poeta y boxeador.
Su obra literaria no es abundante. Escribió cuentos, teatro y poesía. En Buenos Aires, en 1967, se estrenó su drama “El proceso de Don Juan”.
Enrique Otero Pizarro, que había nacido en Córdoba en 1915, fue un hábil sonetista, como lo demostró, por ejemplo, al parafrasear a Lope de Vega, o al abordar temas tan especialmente delicados y hondos como el de ciertos pasajes bíblicos que se refieren a Jesucristo, cuya desacralización no resulta en modo alguno irreverente; aunque sí grotesca por la conjunción de gracia y patetismo que alcanza.
Acostumbraba a firmar sus sonetos, los que dejara inéditos, con el seudónimo de Lope de Boedo.
Recordemos ahora «Dos ladrones» (dado a conocer en mi «Antología del Soneto Lunfardo» y que, posteriormente, fuera grabado por Edmundo Rivero):
Dos Ladrones
Hay tres cruces y tres crucificados.
En la más alta, al diome, el Nazareno.
En la de un güin lloraba el grata bueno
mangándole el perdón de sus pecados.
Escracho torvo, dientes apretados,
mascaba el otro lunfa el duro freno
del odio y gargajeaba su veneno
con el estrilo de los rejugados.
¿No sos hijo de Dios? ¡Dale salvate!
¿Sos el rey de los moishes? ¡Descolgate!
¿Por qué no te bajás? ¡Andá, che, guiso!…
Jesús ni se mosqueó. Minga de bola…
Y le dijo al buen chorro: estate piola,
que hoy zarparás conmigo al Paraíso.
* Dimas (el buen ladrón – a la derecha de Jesús) era de origen galileo y poseía una posada. Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se parecía a Tobías, pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la turba de los judíos; robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la sazón sacerdotisa del santuario, y substrajo incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías.
Gestas (el mal ladrón – a la izquierda de Jesús) solía dar muerte de espada a algunos viandantes, mientras que a otros les dejaba desnudos y colgaba a las mujeres de los tobillos cabeza abajo para cortarles después los pechos; tenía predilección por beber la sangre de los miembros infantiles; no obedecía a las leyes y venía ejecutando tales acciones, violento como era, desde el principio de su vida.
Luis Alposta
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