El árbol más añoso de los porteños
El gomero de la Recoleta es el “padre” de los otros cercanos, como el del Palais de Glace. Sus ramas superan los 30 metros de largo y resistieron una mudanza. Para los buceadores de la historia, es uno más de los tantos inmigrantes que llegaron a estas tierras a echar raíces y quedarse para siempre. Y en este caso, el hecho es literal, porque se trata de un árbol. Unos dicen que llegó desde la India y afirman que, a fines del siglo XVIII, lo trajo un fray llamado Francisco de Altolaguirre, quien se lo entregó a su hermano Martín José de Altolaguirre, para que lo plantara en las tierras de la chacra que tenía en la zona de Recoleta. Otros atribuyen la plantación a los propios padres recoletos que ya estaban allí y que dieron nombre al barrio. Como quiera que sea, para muchos es el árbol más antiguo de Buenos Aires y todavía sigue en pie.
El árbol está donde termina la avenida Presidente Quintana y es vecino destacado de la Basílica del Pilar y de la entrada al famoso cementerio. Por supuesto, no pasa desapercibido: su base está cercana a los diez metros de diámetro, su copa ronda los cuarenta metros de altura y algunas de sus ramas superan los treinta metros, lo que obligó a colocar puntales de hierro para sostenerlas. Pertenece a la especie conocida como ficus elástica, un tipo de árbol que se caracteriza por desarrollar raíces aéreas y fuertes que le permitan un buen anclaje al piso. Esa es la clave para después poder expandir esas ramas horizontales que, en este ejemplar y en algunos tramos, tienen más de un metro de diámetro.
Quienes abonan la teoría de que lo plantó Altolaguirre se basan en que, hacia 1790, el hombre era dueño de una gran chacra que estaba sobre las barrancas del río. Como era agrónomo, allí existían olivos, árboles frutales y plantaciones de cáñamo y lino. Justamente, este último cultivo fue el que le permitió realizar los primeros ensayos textiles, en lo que sería una especie de estación agropecuaria experimental en la Ciudad. Cuentan que Altolaguirre era muy amigo del entonces joven abogado Manuel Belgrano, quien apoyó su proyecto desde su cargo de primer secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires. Es que una de las tareas de ese cargo contemplaba que el secretario promoviera la agricultura, la industria y el comercio.
Lo concreto es que ese “gran árbol del caucho” (como lo llamaron algunos), aunque popularmente lo denominan gomero, formó parte de aquel paisaje bucólico y del actual, ahora que pasaron más de dos siglos. Y no sólo eso: los conocedores sostienen que todos los otros árboles de esta especie que hay en los alrededores, son retoños de ese gigante que hasta resistió un intento de derribarlo, cuando se hicieron obras en el lugar. La fuerte defensa que plantearon los vecinos, inclusive en tiempos de dictadura cuando protestar era peligroso, evitó tal desatino. Aquel rescate promovido por la gente es el que, en la actualidad, permite que muchos de esos vecinos puedan sentarse a su sombra para disfrutar un café de La Biela, el famoso local que también lleva años en esa elegante y turística esquina porteña.
Claro que otros afirman que no siempre estuvo allí. Son los que creen que este mismo ejemplar primero estaba en los terrenos que luego ocuparía el cementerio y que, cuando se pensó en usarlos, fue el mismo Altolaguirre quien hizo el traslado hacia la actual ubicación. Y agregan: lo de ubicar retoños de ese árbol en otro terrenos de la zona fue una iniciativa que motorizó don Torcuato de Alvear, durante su intendencia, desarrollada entre 1883 y 1887. La idea de Alvear era aportarle a la Ciudad algunos sectores verdes y esas barrancas fueron parte. Ese “Parque de la Recoleta” abarcó parte de los terrenos donde había estado el Matadero del Norte, el lugar en que se faenaba el ganado que los arrieros traían hacia Buenos Aires desde ese punto cardinal. Por esta actividad, dicen que en aquella zona se concentraban prostíbulos, lugares de juego y baile para atenderlos en sus momentos de ocio. Eran los tiempos en los que esa área se la conocía como “el barrio recio”. Pero esa es otra historia.
(Fuente: Clarín)
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